Gaza y Nea Kavala: Cuando tus sueños te separan

Hala Riziq (Palestina) y Ghulam Hussein Azimi (Afganistán) no se conocen. Proceden de países diferentes y de generaciones distintas. Hala es madre y ocupa un puesto de responsabilidad en la ONG para la que trabaja. Hussein es hijo y aún no ha terminado sus estudios. Sin embargo, tienen mucho en común. Ambos tuvieron que despedirse de miembros de su familia por la misma razón: buscar un futuro mejor.

Hala Riziq (45 años) es muchas cosas. Es directora de programas de Alianza por la Solidaridad; también es madre, esposa e hija. Hala es una de las pocas personas que tienen la suerte de trabajar en el país en el que se encuentra. Ella es probablemente más de lo que nadie pueda imaginar. Pero, por desgracia, para el resto del mundo, Hala es también un número, uno de los dos millones de números que viven, desde hace dieciséis años, sitiados en los 360 kilómetros cuadrados que conforman la Franja de Gaza.

El nuevo año no ha dado descanso a esta pequeña región de Palestina, situada entre Israel, Egipto y el mar Mediterráneo. A pocos días de finalizar enero, treinta y cinco palestinos han muerto por fuego israelí, entre ellos ocho menores. Esta cifra es alarmante si se compara con los 313 palestinos que murieron en 2021. Sin embargo, la comunidad internacional sigue haciendo la vista gorda ante esta grave crisis humanitaria.

Un sentimiento de incertidumbre invade a Hala cuando le pregunto por el futuro. "Así es la vida en Gaza. No puedes planificar ni hacer nada, porque no sabes lo que va a pasar mañana". Lamentablemente, la mayoría de los gazatíes viven una situación similar. "No nos sentimos seguros. Sentimos miedo. Tengo miedo de perder a más miembros de mi familia cualquier día, por cualquier motivo. A causa de la ocupación israelí, a causa de las repetidas ofensas, a causa de cualquier nueva enfermedad en el mundo, a causa de que alguna decisión estúpida me haga decidir un día sacar a toda mi familia de Gaza ilegalmente".

Esta declaración corrobora plenamente la difícil situación mental a la que se ven sometidos los palestinos a diario. "Estamos sometidos a presión, estrés y depresión. La situación psicológica es muy dura para todos nosotros. Todo el tiempo intentamos apoyarnos unos a otros. Insistimos en sobrevivir, y lo hacemos como un mecanismo de supervivencia, intentando mitigar las cosas todo el tiempo".

Las oportunidades para los jóvenes son escasas aquí. Tres cuartas partes de los habitantes de Gaza están desempleados. La única forma que tienen los palestinos de abandonar el territorio es solicitar un permiso a Israel -que a veces puede tardar meses en llegar o no llegar en absoluto- o hacerlo de forma irregular. De este modo, muchas vidas se pierden en las profundidades del Mediterráneo. En este sentido, Hala tiene muy claro por qué nunca ha abandonado la Franja: "Permanecer en Gaza es difícil, pero salir de Gaza lo es aún más. Así que tengo dos posibilidades: emigrar ilegalmente, lo que puede obligarme a perder mi vida o la de mi familia, o sufrir hasta que consiga un permiso. Y si pienso en irme de Gaza, me pregunto: ¿Qué haría yo en otro lugar? Será duro, será difícil adaptarse a un nuevo país, con una nueva cultura y un nuevo idioma. ¿Cómo lo afrontaría? Estos son los pensamientos que vienen a la mente de las personas que siguen en Gaza. Pero yo personalmente amo Gaza. Es mi patria, mi nacionalidad, mi ciudadanía y mi hogar.

No así su hijo, uno de cuatro hermanos, que ha tenido la oportunidad de ir a Turquía a estudiar y no tiene planes de regresar a Palestina. Hala deja escapar un largo suspiro al explicar esta difícil situación: "Lo siento por él porque le echaré mucho de menos, pero al fin y al cabo es su vida. No puedo facilitarle que tenga la vida que se merece dentro de Gaza, así que no podré impedir que empiece a buscar un futuro mejor lejos de aquí, aunque me cueste y aunque sea duro para mí". En estos términos, la situación se agrava para las mujeres, debido a las normas patriarcales. Para ellas, cualquier decisión que puedan tomar se ve obstaculizada si choca con los intereses de la sociedad, aunque su voluntad sea estudiar. "Se puede contar con los dedos de las manos el número de mujeres de Gaza que pueden participar, hacer algo en lo que creen o tener un puesto de decisión en nuestro país".

Para Ghulam Hussein Azimi (19 años), que vive desde hace un par de meses en el campo de refugiados de Nea Kavala, en el norte de Grecia, la situación no es tan diferente de la del hijo de Hala. Hussein llegó a Grecia huyendo de su hogar, Afganistán, porque sus planes de estudiar se vieron truncados por la llegada de los talibanes. Para él, como para muchos jóvenes afganos, el cambio de régimen en Afganistán ha supuesto un nuevo comienzo en casi todos los aspectos, incluido el académico. "Yo sólo quería estudiar, entonces llegaron los talibanes y arrasaron con todo. Desde entonces, mi vida, mis objetivos y mis ideas han cambiado por completo".

Hussein abandonó Afganistán hace nueve meses. La mayor parte de su familia se ha quedado atrás. Está esperando la aprobación del Estado griego para obtener los documentos con los que poder viajar y dejar atrás el campo de refugiados. Este retraso puede durar a veces varios años. Pero Hussein lo tiene claro: "Poder seguir estudiando Relaciones Internacionales en la universidad es lo más importante para mí en estos momentos". Tiene previsto regresar a Afganistán, quizá cuando ocupe un cargo internacional importante: "En el futuro, si consigo un gran diploma o un gran trabajo, me gustaría volver a mi país. Porque, a pesar de todo, sigue siendo mi patria".